La expresión de lo que somos

Algunas tradiciones y culturas orientales, coinciden y han sabido enfocar muy certeramente dónde el ser humano puede encontrar la abundancia. Según ellas, en nosotros mismos, en nuestra esencia, más allá de lo que nos han dicho, del ambiente en el que hemos vivido y de cómo lo hayamos sentido. Apuntan a que todo está en nuestro centro, en nuestro interior, el cual, como comentaba en el post “El cuerpo, nuestro Universo”, no deja de estar interconectado con todo lo que nos rodea, y la física cuántica así lo ha confirmado cientos de años después.

¿Cómo podemos sentir la plenitud de quienes somos, si no nos permitimos ser quiénes somos? No permitimos sentirnos, valorarnos, conectar con nuestra pureza… La plenitud no nos la va a dar algo externo; la plenitud nos la da el conectar con nosotros mismos y poder sentir quienes somos realmente.

Y lo único es que, ¿sabes?, la sociedad nos empuja a buscar esta “totalidad” en el exterior. Bajo esta desintegración personal, podemos creer que, si compramos un mejor coche, una casa más grande, tenemos un trabajo que nos da mucho dinero aunque nos haga infelices, tenemos hijos (si es lo que queremos), etc. podremos sentirnos más abundantes. Y sí, esto es también abundancia. Y siendo las cosas que uno quiere, ¡es perfecto!, pero habría que partir anteriormente desde el sentir una abundancia personal, y no desde una carencia de espíritu. Porque desde esta escasez, cuando se consiguen estas circunstancias que creíamos que nos llenarían, vemos que seguimos con el mismo vacío interior ¡No ha cambiado nada! Nos seguimos sintiendo igual de miserables.

Una forma que indican estas tradiciones para poder conectar con nosotros y desarrollar esa paz y esa plenitud tan profundas, es des-aprendiendo y dejando que caigan todas esas creencias estructurales que hemos ido construyendo sobre nosotros a lo largo de la vida. Como dice Robin S. Sharma en su libro El club de las 5 de la mañana, “Los adultos son niños deteriorados”. La influencia de la sociedad en general, de la familia y del ámbito social pueden condicionar y hacer que establezcamos creencias y referencias falsas sobre quienes somos.

En nuestra cultura, hay una idea marcada a fuego en nuestro subconsciente. Cuando nos encontramos con alguien que ya conocemos, de manera general, no nos paramos a ver cómo es esa persona hoy, qué intereses tiene ahora, qué le motiva, que le inquieta,… Por el contrario, tenemos una creencia y opinión ya establecida sobre ella desde que la conocimos y es la que mantenemos mientras la estamos mirando de cara. Es el prejuicio. Hay un juicio incluso antes de que se cruce la primera mirada y esa persona ya está “sentenciada”. Tenemos una idea rutinaria acerca de su comportamiento. El prejuicio limita no solo la expresión del Ser de esa persona, porque «ya sabemos cómo es», sino también la nuestra. Y nos oímos decir: “Ah! Menganito! Sí claro…siempre va de esto o hace aquello, o es un dejao; Ah! Aquella, la que dijo esto o lo otro…”. Ocurre cada día en la calle. Me gusta la definición de la RAE, que describe prejuicio como “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. Me hace reír, porque en su definición ya está diciendo que “algo se conoce mal”, se desconoce. Entonces, ¿Quiénes somos para que, sin conocer en ese momento a esa persona, tengamos este tipo de opiniones previas?

En mindfulness uno de los elementos que se entrena es “la mente de principiante”. Es permitirnos la novedad en todo lo conocido, dejarnos sorprender como hacen los niños y tener la presencia curiosa de un niño. De este modo nos enfocamos de una manera totalmente diferente. Abiertos a re-conocer a cualquier persona conocida que nos crucemos. Esto no contradice el encontrarse con las personas de los ejemplos anteriores, hablar con ellas, o cenar o lo que fuese que se fuera a hacer, y comprobar por ti mismo que siguen repitiendo el exacto comportamiento de hace meses o años. Como ya se ha descrito en otras entradas de este blog, todos podemos cambiar nuestra conducta si así lo decidimos.

Vivir las experiencias no es suficiente para aprender. Si no observamos, reflexionamos, para finalmente darnos cuenta de qué es lo que tendríamos que integrar de esa situación, ésta queda en vacío. En cualquier experiencia personal que hayamos sentido fracaso y frustración, no puede darse aprendizaje sin esas tres acciones. Y da igual por la experiencia que hayas pasado, volverás y volverás y volverás a repetirla. La vida parece manifestarse así. A veces nos da muchas oportunidades y seguimos con las anteojeras puestas, como el método que se utiliza con los caballos y los burros para no ver más allá. Está claro que es un sistema de defensa y que tenemos el libre albedrío de utilizarlo. En ocasiones, no es que “no veamos”, sino que, miedos, traumas, y de nuevo las creencias sobre nosotros, son las que nos ponen las anteojeras. La pregunta es ¿somos felices y nos sentimos plenos no queriendo “ver”? Ahí es cada uno cómo valore su vida… sentirse enriquecido, energético y con la fluidez de la vida en sus venas, o, por el contrario, querer tener una savia viscosa, sin energía vital y seguir creyendo que tiene una vida controlada por el hecho de no enfrentarse a situaciones que podríamos llamar “arriesgadas” para según quien. Todo es relativo en base a como nos hemos ido desarrollando. Como anotaba Robin S. Sharma, “para encontrar tu mejor yo, debes deshacerte de tu yo débil”. La vida nos pone retos. Y nos presenta trenes laborales, personales y sociales, que pasan por delante de nosotros, y son nuestras creencias y miedos o nuestra confianza y valor, los que nos frenan o nos permiten a subimos a ellos. ¡Vivir es un suspiro en el universo!

Por eso hay dos formas muy diferenciadas en el enfoque al vivir, y todo un rango entre ellas. Una es «intentar controlar” las situaciones que se experimentan, que no es otra cosa que una ilusión ya que la vida no es “controlable”… En estos casos, las personas sufren ya que pretenden no sentir, porque sentir puede suponer una amenaza a su estructura, y no mirar hacia qué les podría hacer felices, porque realmente es muy probable que esto requiera cambios que puedan ser duros y llenos de incertidumbre, como por ejemplo cambiar de trabajo. Y otra, es vivir sintiendo la vida con toda su fluidez y permitiendo que pase a través de nosotros, para experimentarla y respirar lo que el universo nos pone delante, conectando con el aprendizaje y el disfrute que van intrínsecos a la experiencia. Son los que, si se tuvieran que arrepentir de algo, lo harían a posteriori de la experiencia…

No siempre las cosas salen como queremos, pero incluso ahí, parece haber una razón. ¿Cuántas veces se nos ha cerrado un camino, hemos sentido frustración, y al cabo del tiempo, la vida nos ha propuesto otros que efectivamente vemos que han sido más adecuados para lo que somos? Seguro que has experimentado esto. Pero aquí aún hay más, ya que ese camino que se cerró, también te dio un aprendizaje inicial que, de nuevo, puedes querer ver, o no. Como se dice en inglés, “it’s up to you”…¡tú lo decides!

En occidente tenemos la concepción general muy integrada, de que vivimos hasta “los muchos años”. Es decir, un período largo, dentro de la relatividad que supone la vida en el universo, aunque no es muy realista. Y, ¿qué estamos haciendo con ella? Decía Norman Cousins que “la tragedia de la vida no es la muerte, sino que nos dejamos morir por dentro mientras aún estamos vivos”. ¡Esto es tremendo! Por la idea consolidada de mantener una vida en “línea plana”, como muestran los electrocardiogramas cuando un corazón se ha parado, dejamos de vivir y seguimos cada día esforzándonos por mantener esa línea sin subidas y bajadas, es decir, ¡sin señal eléctrica!. Pero antagónicamente, ¿qué es lo que nos permite estar vivos fisiológicamente, sino las distintas frecuencias del corazón y la fluidez de su manifestación? Y pretendemos acallarlo, silenciarlo y castrarlo. Y nos decimos una y otra vez “no, no permito que haya fluctuaciones en mi vida” ¿No es un poco paradójico?

¡La vida es sentimiento, es señal eléctrica! Nuestro cuerpo funciona a través de corrientes eléctricas de manera natural en muchas de nuestras células (en la contracción muscular, en la liberación de neurotransmisores por parte de las neuronas, la contracción cardíaca, etc), así como su funcionamiento en el intercambio de iones que entran y salen de las células gracias a tener carga eléctrica. Son átomos o moléculas que han ganado o perdido electrones. Es decir, somos metafóricamente hablando, “electricidad andante”. Y pretendemos silenciar esta corriente interior para no sufrir. Pero, ¿no es mayor sufrimiento estar muerto en vida? Los sentimientos y las emociones también son flujos eléctricos que nos recorren y nos mueven (nos con-mueven), y bloquearlos podría tener consecuencias importantes. Esto no significa dejarse arrastrar por ellos, sino identificarlos y permitir su existencia y su lugar. La ecuanimidad es importante para el equilibrio personal, pero es diferente a “la represión”. Sentir alegría, felicidad, tristeza, amor, etc. es parte de la vida, sin que por ello tengamos que estar radicalmente arriba o abajo. Es sentir desde nuestro centro lo que se siente, con aceptación y disfrute. Sí, la tristeza también se puede “disfrutar” en el sentido de aprovechar. Una emoción de este tipo que produce infelicidad, mirarla de frente y permitir que exista, es una forma de hacer que se desintegre. La infelicidad es incompatible con la aceptación.

Lógicamente, tenemos que pagar facturas, alimentar y dar hogar a los hijos, y no estamos hablando de ser inestables y de la aventura de ser irresponsables. Hablamos de integrar las experiencias personales ya vividas, para estar en el presente con más potencialidad y evolución. Para preguntarnos quienes somos realmente y cómo queremos experimentar y desarrollar nuestra vida en el día de hoy. Y las experiencias nos construyen y nos aportan, solo si las tamizamos y sacamos el aprendizaje que conlleva. Es la única manera de poder crecer sobre el suelo de lo que experimentamos. Si no, es como dejar pasar el agua sobre nuestras manos y quedarnos en vacío.

Posiblemente lo que “creemos” que somos hoy no se debería basar en nuestras experiencias del pasado, en el sentido de “saber” quienes somos. Quizás habría que mirar más profundamente. “Saber” significa haber integrado la sabiduría que nos regala una experiencia. No siempre es fácil y en ocasiones, menos todavía hacerlo solos. Pero cuando uno quiere cambiar algo de sí mismo que no le resuena, o descubrir quién es más allá de los condicionantes del pasado, de forma mágica aparece alguien y te señala un posible camino para ello. ¿No te ha pasado? Sin esos momentos de magia y de ayuda, el proceso no sería el mismo. Y…parece que el Universo está ahí, acompañando y escuchando nuestras inquietudes más profundas…

Y…de forma inconsciente, porque no nos enseñan a miramos ni a escuchamos sino más bien a seguir una corriente social, nos negamos nosotros solitos la abundancia y la felicidad que nos merecemos, y que es parte intrínseca de nuestro derecho como seres humanos. Mientras estemos vivos, todos seguiremos experimentando montones de pruebas y desafíos que tendremos que seguir pasando. Y aunque sea difícil, debemos “despertar” si queremos vivir con el corazón llenito. Lo bello, es que con cada prueba aprendida se va adquiriendo confianza y seguridad, la construcción de uno mismo se va consolidando y las grietas que antes dolían, ya están reparadas para seguir elevándonos y evolucionando más y más.

“Y aquellos que eran vistos bailando, eran considerados locos por quienes no podían escuchar la música” Friedrich Nietzsche.

1 comentario en “La expresión de lo que somos”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »
Scroll al inicio