La senda del Deporte ¡La Alegría del Movimiento!

Sabemos que la actividad física es clave para mejorar la calidad de vida y sentirnos mejor en todos los sentidos. Así que finalmente, me he animado a escribir sobre este tema, y no ha sido casualidad. Tres motivos se han alineado: el primero, una oportunidad especial que me hizo mirar atrás y reflexionar (que contaré en un momento); el segundo, el empujón de personas queridas que me animaron a compartirlo; y el tercero, mi amor incondicional por el deporte. Así que aquí estoy, lista para contarte la alegría de una vida activa.

Hoy en día, hay cientos de estudios científicos que explican cómo el ejercicio transforma nuestra biología: modifica los elementos epigenéticos celulares hacia un óptimo estado, reduce el estrés (¡adiós cortisol!), y nos llena de neurotransmisores que levantan el ánimo. Todo esto se traduce en claridad mental, mejores decisiones y una sensación de bienestar que no tiene precio. Pero más allá de la ciencia, el deporte también es pura magia vivida en primera persona.

En 2017, tuve la oportunidad de participar en el 14º Congreso Mundial de Psicología del Deporte en Sevilla, dentro del Simposio “Actividad física, función cognitiva y bienestar”. Mi charla, titulada “Epigenetics in Health and Neurosciences” (Epigenética en la salud y en neurociencias), hablaba de cómo los cambios epigenéticos están ligados al ejercicio y al estrés, y su impacto en la salud .

La epigenética se modifica, entre otros, con el deporte y la alimentación. También según la calidad de los pensamientos. Es el eslabón que conecta todas las redes biológicas de nuestro cuerpo con los pensamientos, sentimientos y emociones que experimentamos, tras interpretar las experiencias que vivimos en el ambiente que nos rodea. El presente no es una realidad absoluta por igual para todos los individuos involucrados, sino que son interpretaciones que hace el cerebro basadas en las experiencias personales del pasado. Es decir, de forma general, y la buena noticia es que no estamos determinados y podemos literalmente reescribir nuestra biología a través de la epigenética, dependiendo de cómo sentimos el presente. Es muy común que muchas personas se preocupen por su aspecto físico, lo cual es importante, pero a veces se olvidan de algo crucial: los pensamientos tóxicos en bucle. Esos pensamientos, aunque invisibles, pueden tener un impacto muy negativo, tanto para uno mismo como para quienes nos rodean. Cuidar de nuestra mente, al igual que de nuestro cuerpo, es fundamental para alcanzar un equilibrio real y completo.

Por eso, más allá del cuerpo, el deporte toca nuestra mente y emociones, conectando todo lo que somos. Algo que ocurre al practicar un deporte, es la atención plena que emerge al realizarlo. Estás en lo que estás. Y lo fascinante, es que esta atención con intención puede trasladarse a cualquier actividad diaria ―lavar los platos, los dientes, vestirte, hacer cola en el supermercado, estar atascado en el tráfico― Se puede elegir si pensar, y en qué, y tener una mente de principiante, mirar los acontecimientos con unas nuevas lentes (no filtrados por el pasado) y percibir el presente segundo tras segundo. Es un regalo que deberíamos hacernos.

Y como decía, el primer elemento que realmente me impulsó a escribir esta entrada fue algo más personal. El Ayuntamiento de Santa Pola organizó un evento para homenajear a mujeres que, de una forma u otra, han iniciado y han sido precursoras de deportes en este municipio costero. Me entrevistaron anotando cronológicamente mis experiencias. La gala, llamada Pioneras del deporte”, tuvo lugar el 9 de marzo de 2024, y me invitaron como “Mujer Multideportista” de Santa Pola. ¡Qué orgullo formar parte de ese grupo tan especial! Además, nuestras historias quedaron recogidas en el Libro de Fiestas 2024 del pueblo.

Estoy profundamente agradecida por la iniciativa de este evento, por su organización y por todas las personas que lo hicieron posible. En un mundo que muchas veces gira en torno a la competitividad, las exigencias constantes y la tendencia a señalar más lo que falta, que de valorar lo que se tiene, eventos como este son un soplo de aire fresco, y un ejemplo de generosidad y de valor comunitario. Es poner de manifiesto, que celebrar a las personas, sus esfuerzos y sus historias, nos une y nos enriquece a todos. Y hay que señalar, que en Santa Pola se celebran acontecimientos importantes no sólo a nivel nacional, sino también internacional como es su Media Maratón, y tenemos olímpicos y campeones del Mundo de diversas disciplinas.

Así que, fue durante esa entrevista cuando, por primera vez, eché la vista atrás y me di cuenta de cuánto había caminado (¡y corrido, y saltado!) en esta senda deportiva. Nunca hubiese hecho un inventario de ello…

He practicado deportes principalmente por pura diversión, aunque consciente del bienestar físico, mental y emocional que aportan. En el camino, he descubierto que, aunque algunos deportes sean individuales, siempre se genera un ambiente familiar a su alrededor. Compartir tiempo, experiencias y emociones con otros crea un ambiente único. Se crean relaciones interpersonales con vínculos estrechos. Personas que puedes dejar de ver años, cuando nos volvemos a encontrar, es como si las vivencias compartidas estuvieran ahí, intactas, esperándonos.  En esos momentos, todo vuelve: las risas, los esfuerzos, las emociones vividas. Es otro regalo en el presente, un recordatorio de lo valioso que es conectar con los demás.

La senda comienza siendo muy niña y mi fuerza muscular escasa. Recuerdo cómo, llegaba de pre-escolar y tenía el hábito de ver la televisión cabeza abajo sobre el sofá, subiendo las piernas hacia el respaldo… ¡Vamos! ¡Lo que conocemos como hacer el pino!… (spoiler: no tenía fuerza suficiente para hacerlo con los brazos). Pero con el tiempo, ¡lo conseguí! Ahora sabemos que es una postura que se utiliza mucho en yoga, sirsasana, y que provoca una respiración más profunda con efecto calmante, junto con el beneficio de estimular la circulación hacia el corazón y cerebro.

A los 8 años probé el ballet durante un año y participé en algún festival, aunque no conecté mucho con él y pasé a practicar gimnasia deportiva (ahora artística) durante varios años. Y ahí sí que disfruté. Rondadas, recuperadas, flic flac, pinos, volteretas… Cada movimiento era pura libertad. Es exigente, sí, pero también es una actividad que te hace usar todo el cuerpo, ¡y la sensación es simplemente increíble! De adolescente podía pasarme horas en la playa o en cualquier rincón que tuviera el espacio suficiente para hacer estos movimientos. Y, si soy sincera, incluso ahora, ya de adulta, aunque de una manera más cuidadosa.

Recuerdo perfectamente esos primeros patines con cintas y hebillas, que se colocaban sobre los zapatos (no he encontrado fotos 😅). Tenían dos ruedas delante y dos detrás, y me acompañaron desde los 7 años. Aunque su forma no era precisamente ergonómica, se adaptaban bien a cualquier zapatilla. Alrededor de los 10 años, me pasé a los de bota blanda. ¡Ahora que lo pienso, no sé cómo lográbamos patinar con ellos! Eran tan blandos que un esguince parecía casi inevitable… Con el tiempo, empecé con los patines en línea, los roller, con bota rígida como las de esquí y después fui probando otros más adaptados, con tecnología cada vez más avanzada, como ocurre en cualquier deporte. Prácticamente he patinado toda mi vida. En 2016, me animé a hacer un curso intermedio que organizaba el Ayuntamiento de Santa Pola, y al año siguiente seguí con el nivel avanzado en el Club de Patinaje de Elche. ¡Una pasada!

A los 11 años el tenis entró en escena hasta los 16, asistiendo a clasesde forma ininterrumpida. Participaba en los torneos de 24 horas que se organizaban en las pistas municipales, y a las que me desplazaba siempre en bici.  A los 15 años, en un torneo organizado por el Ayuntamiento de Santa Pola, quedé primera en la categoría absoluta femenina. ¡Qué recuerdos! Más tarde, durante mi etapa en la Universidad de Alicante, me seleccionaron para jugar el Campeonato Nacional Español Interuniversitario de Tenis, que se celebró en Madrid (foto). ¡También inolvidable! Al mismo tiempo, de manera habitual, practicaba squash.

De forma casual, cuando tenía 12 o 13 años, en el colegio probé el salto de altura en las instalaciones de atletismo del campo de fútbol. Fue una experiencia tan emocionante que me enganchó desde el primer momento. Tanto fue así que participé en una competición provincial… ¡y quedé primera!

También solía correr en carreras populares, aunque no era algo que disfrutaba plenamente. Siempre me han atraído más los deportes “de juego” o las disciplinas más intensas, que simplemente correr 🏃‍♀️.  Aun así, lo practicaba de vez en cuando, ya sea durante pretemporadas o simplemente para mantenerme en forma. Actualmente, todavía salgo a correr de vez en cuando. Aunque no sea mi actividad favorita, reconozco que tiene algo especial.

Otro capítulo único ha sido y es, mi relación con el mar 🌊🌊. Mientas jugaba habitualmente al tenis recuerdo que el verano de mis 14 años lo pasé prácticamente sobre una tabla de windsurf. Me subía a primera hora, paraba para comer y volvía de inmediato al agua. Son sensaciones fascinantes: el sonido del mar y del viento, desplazarte sobre el agua, aplicar la técnica y maniobrar con intención, la velocidad … Es algo difícil de explicar… ¡hay que experimentarlo! Al poco tiempo ya usaba arnés y navegaba con vientos más fuertes, y con 15 años tuve mi primer viaje a Tarifa (foto). El windsurf ha formado gran parte de mi vida, incluso cuando empecé a practicar otras disciplinas. Hasta hace poco seguía saliendo a navegar de vez en cuando. Además de todo, lo que más disfruto es el proceso de aprendizaje en cualquier deporte. ¡Siempre hay algo nuevo por descubrir! Y claro, entre sesión y sesión, también había momentos para la creatividad…🥰😂

Con 13 años fue la primera vez que me puse unos esquís en la nieve. Al principio una sensación agradable, sí, pero también un poco de “esto no lo controlo”, de… “¡cojo velocidad sin querer!” … y con algunas clases, práctica, y consejos, bajar ya era todo un disfrute. Estuve años esquiando y con 21, me pasé al snowboard (foto del inicio) con el que he seguido siempre que tengo oportunidad. ¡Pura adrenalina!

Sobre esa misma edad, 14, descubrí el esquí acuático y, poco después, el wakeboard. Fueron años practicándolos, y tengo que decir que las sensaciones eran increíbles…mezcla de velocidad, equilibrio y el agua salpicando a tu alrededor…Intensidad y…¡Cuanto más rápido mejor! Luego, la moto de agua me llevó a otros niveles…jugando a ir a máxima velocidad y girar para salir despedidos…épocas prolongadas de ¡mucha adrenalina!

Otra experiencia que me ha llegado al alma, fue bucear con botellas…El silencio bajo el agua, los sonidos repentinos de barcos que pasan, la sensación de casi ingravidez y ese mundo submarino con sus habitantes tan diferentes y tan peculiares todos… Con 16 años, obtuve la licencia y durante un par de años disfruté de esta actividad extraordinaria. Aunque, he de confesar, que a esa edad… ¡Me faltaba velocidad! El snorkel por otro lado, ha sido una constante en mi vida desde bien pequeña, cada verano. Y después de bucear con botellas, comencé a incluir las aletas, lo que hacía la experiencia aún más completa.

El vóley playa entró en mis venas a los 17 años. ¡Apasionada del vóley!… Tocar la pelota en grupo, a dos, o jugar en la red…cualquiera me vale. Este deporte me caló profundamente, tanto que aún hoy lo practico siempre que puedo. En aquella época, participábamos en distintos torneos de playa, incluidos algunos de 24 horas, donde se reunían jugadores de distintas provincias, ya que el vóley playa estaba en auge. Recuerdo con especial cariño los torneos tan esperados de la playa de Levante de Santa Pola, en la modalidad A4. En uno de los años con mayor participación, mi equipo quedó primero absoluto femenino en una final nocturna, después de muchos partidos y todo el día bajo el Sol. Era muy emocionante la intensidad que supone una final, y sentir el calor del público sentado en la arena o en las gradas que habían instaladas para el evento. Momentos inolvidables y llenos de entusiasmo.

Luego, en septiembre con esa edad, empecé con el vóley pista en Elche. Y con 18 años, fui a la Universidad en Alicante y jugué en su equipo de vóley pista durante los cuatro años. Entrenábamos tres veces por semana y partidos todos los fines de semana en la liga autonómica. En esa época nos quedamos primeras de la Comunidad Valenciana y volamos a Mallorca para jugar el ascenso a la liga nacional. Quedamos terceras y pasaban los dos primeros equipos. Queríamos ascender, aunque realmente si lo hacíamos, no habría presupuesto para pagar los viajes, pero, aun así, nosotras nos dejamos la piel en la pista. Siempre había un ambiente de buen humor, amistad y complicidad entre nosotras.

Mientras jugaba al vóley, empecé con kárate durante unos cuatro años. Era tradicional y no había competición, centrado en trabajar la fuerza interior y la mente. Al segundo año, empecé también con Tai Chi y Qi Gong. El primero es un arte marcial de movimientos lentos, concentración y respiración, donde entras en estado de meditación. El segundo, puede practicarse quieto o en movimiento, con ejercicios de respiración y/o de tensión muscular, también en meditación. Y con el tiempo, descubrí que científicamente se ha visto que tensar y relajar los músculos con atención favorece la circulación sanguínea y ayuda al sistema linfático a eliminar toxinas. Por otro lado, durante esa etapa practiqué un par de años Defensa Personal Policial, donde en el C.A.R. del Consejo Superior de Deportes de Madrid, obtuve el Kyu Senior de esta disciplina y el 1º Kyu de la Federación de Lucha de la Comunidad Valenciana en defensa personal.

Sobre esa misma edad me lancé al kitesurf, ¡y vaya experiencia!  Si planear sobre una tabla con mástil y vela era fascinante, hacerlo con una barra en las manos y una cometa a varios metros sobre mi cabeza era cosa de otro mundo. Pura libertad. También aprovechamos para hacer algunos viajes increíbles, como a Cabo Verde (fotos), que aún permanece muy vivo en mi memoria. En The Shark beach (la playa de los tiburones) hacíamos los water-start (salidas en el agua) más rápidos que te puedas imaginar… ¡y no era para menos! Saber que había tiburones en la zona no invitaba precisamente a quedarte demasiado rato flotando por ahí… 😅

El 27 de Diciembre de 2002, el Ayuntamiento de Santa Pola celebró el evento “La Noche del Deporte”, en el que entre a otras personas, me llamaron para reconocer mi dedicación a estos deportes, ¡y fue todo un honor! Recibí un galardón en forma del Castillo-Fortaleza de Santa Pola, una pieza que aún conservo con muchísimo cariño. Es más, es la foto principal de esta entrada, porque cada vez que lo veo, me recuerda no solo los momentos vividos, sino también todo lo que el deporte ha significado en mi vida. Cada paso que daba en estas experiencias me ayudaba a descubrir qué me motivaba y a valorar la diversidad en el deporte.

Al vivir Madrid en el 2003, me fui desconectando poco a poco del viento. No siempre que volvía había buena previsión…y aunque lo echaba de menos, ¡no estaba nada mal! Desde los 14 años, había vivido prácticamente pendiente del viento…Ahora, en esta nueva etapa, empezaba a practicar Aikido. Durante cinco años y medio, de lunes a jueves en un Dojo muy especial en el centro de Madrid. No destacaba por su lujo, sino por su autenticidad, humildad y energía. Allí tuve el privilegio de aprender con Yasunari Kitaura (1937-2023), un maestro japonés que había sido discípulo directo del fundador del Aikido, Morihei Ueshiba (1883-1969). Ambos murieron con 86 años.

Con el tiempo, llegué a obtener el Primer Dan de Aikido por la Aikikai Foundation, tras examinarme con Kitaura. ¿Pero qué significa exactamente Aikido?: “Ai” significa unión, encuentro, comunicación, confluencia; “Ki” es poder, energía, vibración, la esencia misma de la vida y del espíritu; “Do” significa camino. De esta manera, Aikido es armonizarse con la naturaleza, con el Universo. No se trata de un arte de lucha o confrontación, sino más bien del arte de “mantenerse a salvo” a través de la paz, la armonía y el respecto por las leyes de la naturaleza. Fotos en un curso, Murcia, 2013.

Kitaura, grande entre los grandes maestros, transmitía sabiduría en cada gesto y palabra. Enseñaba que todas las técnicas del Aikido se desarrollan a partir del “Hara”. Esta palabra japonesa, que literalmente significa vientre, tiene un sentido mucho más profundo. Es el centro de la energía vital, ubicado unos cinco centímetros por debajo del ombligo. Es un concepto que se utiliza principalmente en las artes marciales, la meditación y la medicina tradicional. Es la base del equilibrio y la estabilidad física, y desde este punto de apoyo se ejecutan movimientos efectivos. Pero también lo es en los ámbitos espiritual y mental, considerado el asiento de la serenidad interior, desde donde se cultiva la gestión emocional, se aclara la mente y se actúa con firmeza y determinación. Incluso la palabra Harakiri, que conocemos como “corte del vientre,” proviene de esta idea de centralidad y conexión vital.

Como decía, las clases con él, eran especiales. Su disciplina y forma de mostrar las técnicas tenía una sabiduría exquisita. Fueron años intensos de práctica, de aprendizaje, esfuerzo y crecimiento personal, que recuerdo con muchísimo cariño. Realizaba cursos en distintos lugares de España tras los que le gustaba compartir cenas o comidas. Las más familiares, las de verano y Navidad, se solían celebrar en restaurantes japoneses de Madrid, con los compañeros del dojo. Esos momentos fuera del tatami, rodeados de risas y amistad, se convirtieron en recuerdos entrañables. La conexión entre todos, no solo por el Aikido, sino por el respeto y el afecto que compartíamos, hizo de esos años algo único.

Cuando me trasladé a Barcelona, empecé a practicar durante varios años Kundalini Yoga tres días por semana. Al mismo tiempo, seguía asistiendo a cursos de Aikido de la línea de Kitaura, que se organizaban por allí. Este tipo de yoga es una práctica física y espiritual. Está estructurado y combina movimiento (kriyas), trabajo de respiración (pranayama), meditación, mudras y canto de mantras. Todo ello de manera dinámica y potente, activando y movilizando la energía. De hecho, es considerada una herramienta poderosa para el crecimiento personal y la expansión de la conciencia.

Al volver, seguí practicando Kundalini y me lancé también a Pilates suelo. Ambas disciplinas me ayudaron a ser más consciente de mi postura corporal, a mejorar la fuerza y a aumentar la flexibilidad. También estuve practicando Hatha Yoga durante aproximadamente un año, lo que complementó de maravilla la práctica. Asimismo, el Sup Yoga durante varios meses, tampoco me dejó indiferente. ¡Mantener el equilibrio sobre la tabla mientras haces y cambias de asana es un gran desafío!

Por otro lado, varios años incorporé el Paddle SUP, como práctica. Varias travesías con luna llena cuando estaba permitido, otras veces remar y luego sentarme a meditar en medio del mar. Es un deporte que fortalece todo el cuerpo, si se practica intensidad, y siempre me dejó un aporte terapéutico. Para mí, todo deporte acuático tiene algo especial, y en el mar, en particular, me ha ofrecido un intercambio de energía único.

Entre tanto, desde 2015, la mountainbike se ha convertido en un elemento repetido en mi vida. Este deporte me conecta con la naturaleza de una forma muy especial, mientras me desafía física y mentalmente. Las sensaciones con el paisaje que se despliega, pueden ser intensas y divertidas 😂. También, la bicicleta de paseo para moverme por distancias cortas en los meses más cálidos, y salir a andar de forma deportiva largo rato🚶‍♀️

Además, he dedicado años al entrenamiento en el gimnasio, que tanto bienestar aporta, practicando spinning, aerobic, body pump, TRX y musculación suave para tonificar. También he integrado el cardio HIIT, tanto en el gimnasio como de forma online. Y no puedo olvidarme del senderismo, que ha sido frecuente en los viajes a parajes naturales, e incluso en los lugares donde he vivido 🌲🌳🚶‍♀️

Hoy, cuando miro atrás, veo mucho más que deportes. Veo momentos compartidos, amistades que han perdurado, y aprendizajes que me han hecho crecer. Cada disciplina me ha enseñado algo diferente, pero todas coinciden en algo: el deporte no solo fortalece el cuerpo, sino también la mente y el espíritu.

Me siento muy agradecida por este camino, donde en cada actividad física, ya sea individual o grupal, he tenido la oportunidad de vivir experiencias intensas. Y lo mejor, es que se crean vínculos interpersonales que perduran a lo largo de los años.

En un mundo tan ajetreado, con prisas y exigencias, sacar tiempo para practicar deporte es fundamental para nuestra salud y bienestar, como lo es el dormir de forma sana (profundo, continuo y con descanso). Además de los beneficios físicos que todos conocemos ―como el aumento de fuerza, resistencia, flexibilidad y coordinación, control del peso corporal, fortalecimiento óseo, y la mejora en la postura y la movilidad―, a nivel biológico, refuerza el sistema cardiovascular, regula el metabolismo, protege las funciones cerebrales y estimula la regeneración celular. A nivel psicológico nos ayuda a descansar mejor, reduce el estrés, fortalece la confianza en uno mismo y nos prepara para afrontar retos emocionales. Y algo que a menudo se pasa por alto, es que el deporte fomenta la conexión social y emocional, creando un sentimiento de comunidad y autoconfianza que se refleja en el día a día y en cualquier cosa que te propongas hacer.

Así que aquí va mi invitación: busca una actividad que te apasione, que te haga sentir vivo. No importa cuál sea, lo importante es que la disfrutes. El deporte es un regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos, una herramienta para vivir con más salud, alegría y conexión. Y, lo mejor de todo, ¡siempre es buen momento para empezar!

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