El cuerpo, nuestro Universo. Un acercamiento a la «realidad».

¿Y si comenzamos este viaje científico situándonos en el lugar del que somos parte?… el Universo. Físicos teóricos describen el Big Bang como una gran explosión inicial de un estado energético primario de alta temperatura y densidad, de la que se desprendió materia que posteriormente sufrió un enfriamiento gradual dando lugar a lo que hoy entendemos por Universo: infinidad de planetas, satélites, galaxias…Durante esa explosión aparecieron todos los elementos químicos que conocemos y los que nos quedan por conocer, ya que la ciencia sigue sorprendiéndose con nuevas revelaciones. Basados en esta teoría, el cuerpo del ser humano, el de todos los animales y plantas, y en definitiva todo lo que está asentado en la Tierra, es el resultado de la unión de esos elementos (oxígeno, carbono, nitrógeno, etc.) y de la formación de moléculas. Por tanto, la composición del hombre es común a la del Universo.

Profundizando un poco más, cada elemento químico está constituido por átomos con unas mismas características que atribuyen al elemento las propiedades que lo definen. Concretamente, cada átomo tiene un núcleo compuesto por protones y neutrones (ambos formados por quarks)  en torno al cual giran los electrones que presentan carga eléctrica, crean un campo electromagnético, y durante su aceleración pueden absorber o irradiar energía.  Metafóricamente el núcleo del átomo sería como una gran ciudad, y los electrones serían los coches que circulan por las grandes carreteras que la rodean y que la unen con otras ciudades. De la unión de ciudades aparece un país. De la unión de los átomos aparecen las moléculas que componen la materia como la conocemos. Cuando los electrones recorren menores distancias y están cerca del núcleo, como los coches que pasan cerca de la ciudad y hay tráfico lento, la energía es densa, la unión entre las moléculas es fuerte y podemos ver la materia; es el caso de nuestro cuerpo, el hielo, una pared…Por el contrario cuando la unión entre las moléculas es “débil” y los electrones se mueven a mayor velocidad en mayores distancias, la materia que constituyen no se percibe visualmente; por ejemplo, los gases.

De esta forma, llegamos a la observación de que el cuerpo físico es energía con una relativa densidad que podemos ver y tocar. Está constituido por sistemas (nervioso, circulatorio, muscular, etc.) y aparatos (digestivo, reproductor, etc.) que contienen órganos para cumplir una función concreta en cada caso. Cada órgano se compone por un tejido específico que a su vez es resultado de la unión de determinas células con capacidad para cumplir la función requerida por el órgano. Las células están formadas por moléculas y éstas por átomos ligados unos con otros. Observando con un potente microscopio, ¡el cuerpo sería como millones de galaxias conectadas entre sí y con enormes espacios entre ellas…!

La descripción de nuestro cuerpo desde una escala macroscópica a otra invisible al ojo humano, nos conduce a cuestionar si la materia tal y como la percibimos es realmente como la percibimos; los átomos no pueden verse a simple vista y sin embargo están en nosotros generando energía; la materia, el cuerpo, contiene vacío. Puntualizando la conocida ecuación de la Relatividad Especial de Einstein, la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado, E=mc2; es decir, la materia y la energía son intercambiables. Por tanto, todo cuanto existe es energía y necesitamos en el cuerpo unos dispositivos que la detecte y la transforme en señales biológicas que nuestro cerebro pueda interpretar. Estos dispositivos son los órganos de los sentidos: el gusto, el tacto, el oído, la vista y el olfato; son sensores de vibración que captan las señales externas (sabores, texturas, sonidos, colores y formas, olores) y las envían al cerebro para darles significado y entendimiento. Sorprendentemente, igual que todos tenemos un corazón que bombea sangre y cumple su función de la misma manera bajo circunstancias normales, no ocurre lo mismo con el cerebro. El significado que cada cerebro interprete de las señales que recibe del medio que le rodea a través de los sentidos, va a estar determinado por las experiencias, creencias y estructuras mentales que tengamos en ese momento. Por ejemplo, un olor determinado puede producirnos malestar al hacernos revivir mentalmente una situación incómoda del pasado. Estamos en el presente, quizás con diez o quince años más, pero nuestro cerebro relaciona ese olor con una experiencia anterior y si nos molesta, va a segregar neurotransmisores y hormonas que llegarán a las células de los distintos órganos con información de que “algo no va bien”. Y lo curioso, es que no es real; esa situación se vivió en el pasado y no está ocurriendo en el presente. Hay que destacar que ¡el cerebro no está separado de los demás órganos! Todo el cuerpo es un equipo que actúa conjuntamente y lo que pensamos y sentimos tiene su impacto celular de forma directa.

Por lo tanto, la interpretación que hacemos de la información que captan los sentidos crea una realidad subjetiva en la que cada persona desarrolla su vida, que puede no ser la misma realidad para todos las demás. Otro buen ejemplo de ello es el caso de los distintos tipos de sinestesia. Los sinestésicos son individuos sanos con la facultad de experimentar sensaciones de una modalidad sensorial específica a partir de estímulos de otra modalidad sensorial distinta. Es decir,  estas personas según el tipo de sinestesia que haya desarrollado, pueden oír colores que asocian con palabras, números o notas musicales; ver sonidos; las formas geométricas les producen olores o sabores particulares; 2+5 puede ser igual a rojo; algunos saborean las palabras…[1, 2]. Entonces…algunas preguntas que podemos hacernos son…¿existe una realidad objetiva independientemente de la que cada persona percibe subjetivamente? ¿Cuántas realidades hay? ¿Coexisten varias o sólo una es la auténtica?

Por otro lado, los sentidos además de percibir la materia a la que el cerebro le da forma, color y textura, también pueden informarnos de hechos inexactos que ocurren a nuestro alrededor: que la materia es un bloque sólido y sin movimiento, que la Tierra es plana, que el suelo que pisamos está quieto, y que somos seres independientes y aislados de todo lo que nos rodea. Sin embargo, esto visto desde una perspectiva más elevada no es cierto; la materia está en constante vibración por sus electrones y es energía comprimida, la Tierra es redonda y gira sobre sí misma a unos 1.600 Km/h en el Ecuador, y somos parte de una gran red energética que conecta todas las cosas que existen como ya han demostrado diversos estudios físicos. Por lo tanto, ¿la información que recibimos a través de los sentidos es todo lo fiable como creíamos que era? Y al mismo tiempo, vemos que los sentidos tampoco tienen la capacidad de informarnos de la totalidad de muchos aspectos que ellos mismos no pueden captar. Por ejemplo como describe la figura, los ojos del ser humano perciben una ínfima parte del espectro de frecuencias electromagnéticas, el llamado “visible” y…¡no cabe duda de que el espectro es mucho más amplio que la pequeña porción que recibimos a través de los ojos!

Espectro electromagnético. Reproducido de http://es.wikipedia.org/wiki/Espectro_visible

¿Podemos entonces creer que la única información que nos llega a través de los sentidos es la que existe? ¿Y podemos aceptar siempre como totalmente verdaderas las señales que envían al cerebro?

Lo que es indudable en la actualidad y que sabemos a través de estudios científicos de diversas disciplinas es que somos materia y energía. Nuestro cuerpo es como una red eléctrica que además de producir energía para ser utilizada por las células, también la capta externamente mediante los alimentos y la respiración. Con cada inspiración introducimos cientos de millones de átomos de oxígeno en nuestro cuerpo, que la sangre distribuye para poder entrar en las células y ser utilizado en reacciones bioquímicas para obtener energía mediante oxidación de compuestos orgánicos; y con cada exhalación expulsamos moléculas de dióxido de carbono. De ahí que algo que vemos tan obvio, sea uno de los procesos biológicos más importantes. Hacer respiraciones conscientes, esto es, tomarnos un momento en el día para practicar la respiración con nuestra atención puesta en ella, hace que las células estén mucho más oxigenadas…y entre ellas por supuesto las neuronas. Vamos intercambiando átomos y ayudamos a regenerar nuestras células. El Dr. Jonas Frisén del Instituto Karolinska, en Suecia, cuya investigación se basa principalmente en el estudio de células madre, indica que la mayoría de los tejidos del cuerpo están bajo una constante renovación, y que el tiempo en el que esto sucede varía dependiendo del tipo de tejido. Se considera que la edad media de las células de un cuerpo adulto es sólo de siete a diez años, ya que en este período prácticamente todas se han renovado [3]. Así, aunque estemos acostumbrados a ver el cuerpo como una estructura principalmente permanente y estática, parte o todo él se encuentra en un flujo incesante donde las células deterioradas son descartadas y reemplazadas por otras. Existe un continuo dinamismo celular.

1. Simner, J. and J. Ward, Synaesthesia: the taste of words on the tip of the tongue. Nature, 2006. 444(7118): p. 438.

2.  Beeli, G., M. Esslen, and L. Jancke, Synaesthesia: when coloured sounds taste sweet. Nature, 2005. 434(7029): p. 38.

3.  Spalding, K.L., et al., Retrospective birth dating of cells in humans. Cell, 2005. 122(1): p. 133-43.

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