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Adversidad en la infancia y vida temprana. ¿Cómo influyen estas experiencias en la edad adulta?

La Epigenética

En este blog se puede leer un artículo de divulgación con título “De los genes a nuestra experiencia de vida” en los primeros posts publicados, que describe qué es la epigenética y cómo funciona a grandes rasgos. Por un lado, es como un director de orquesta que dirige qué genes tienen que expresarse, cuando y en qué células. Según requerimientos celulares por el ambiente y situaciones que se experimentan, las modificaciones epigenéticas actúan de una manera o de otra sobre el genoma. Podríamos decir que hay moléculas y proteínas que se unen al ADN, como si una cinta aislante lo envolviera, impidiendo que los genes se puedan leer y por tanto no hay expresión de los mismos. El gen sigue ahí, pero está silenciado e inhibido. Por otro lado, promover la transcripción es esencialmente el proceso opuesto. Otras moléculas abren la doble cadena de ADN, facilitando su lectura y activándolo, lo que aumenta la producción de la proteína asociada al gen. Cada gen produce una o más proteínas, que son como trabajadores especializados que cumplirán su función allí donde sea requerida en el cuerpo. La epigenética es una realidad intrínseca que afecta a todos los seres vivos.

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Hay muchas modificaciones epigenéticas diferentes que actúan sobre el genoma, pero la más estudiada es la metilación del ADN (“como la cinta aislante”), que, si se da sobre un gen, generalmente se silenciará. Algunas de estas metilaciones, incluidas aquellas que deciden la diferenciación celular, se establecen muy temprano en el desarrollo embrionario y se replican fielmente durante toda la vida. Otras, pueden estar influidas por el entorno que nos rodea, por ejemplo, por el tipo de nutrientes, toxinas, estrés u otros factores. Es decir, las células y el ADN que hay en su interior cambian, fluyen y son maleables. El ADN contiene la información potencial con la que la célula puede actuar, pero es la epigenética, a través de la información ambiental, quien en realidad determina la expresión fenotípica (rasgos observables de una persona).

Los cambios epigenéticos son parte del desarrollo normal en los seres vivos. Las células de un embrión contienen un único genoma. A medida que las células se dividen, se van diferenciando mediante la activación e inhibición de diferentes genes. Durante el desarrollo embrionario, a través de esta reprogramación epigenética, algunas células se convierten en células del cerebro, otras en células sanguíneas, otras en células musculares y así sucesivamente. Sin embargo, cada uno de los aproximadamente 200 tipos celulares del cuerpo humano tiene el mismo genoma. La epigenética también es el intermediario del diálogo permanente entre los genes y el medio ambiente y por ello, los gemelos genéticamente idénticos pueden tener vidas muy diferentes. A medida que van creciendo y madurando, sus epigenomas divergen y afectan su forma de envejecer y su susceptibilidad a las enfermedades.

Concretamente, una definición inclusiva de epigenética que fue propuesta por la iniciativa National Institutes of Health (NIH) Epigenomics Roadmap Project: “La epigenética se refiere tanto a cambios hereditarios en la actividad y expresión genética (en la progenie de células o de individuos) como también a cambios estables y de larga duración en el potencial transcripcional de una célula, que no son necesariamente heredables”. En 2008, se lanzó este proyecto con el objetivo de producir un recurso público de datos epigenómicos humanos para acelerar la biología básica y la investigación orientada a enfermedades.

El Estrés, la Epigenética y los trastornos del estado de Ánimo

La Organización Mundial de la Salud, apunta que el “trastorno mental” se caracteriza por una alteración clínicamente significativa de la cognición, la regulación de las emociones o el comportamiento de un individuo. En general, cualquiera puede manifestar en algún momento de su vida características de este tipo. Todo el mundo pasa por momentos difíciles. Pero esto se puede convertir en una “enfermedad mental” cuando se hace permanente, manteniendo un alto nivel de estrés y afectando la capacidad funcional de la persona.

De forma general, cuando un individuo sano se enfrenta a un factor estresante, el eje hipotalámico-pituitario-suprarrenal (HPA) se activa: el hipotálamo secreta la hormona liberadora de corticotropina, que estimula a la glándula pituitaria para que secrete la hormona adrenocorticotrópica, que a su vez va a estimular a la glándula suprarrenal para que libere cortisol en sangre. El cortisol va a preparar la respuesta de lucha o huida del cuerpo para gestionar el factor estresante, y al ser un glucocorticoide, se va a unir a los receptores de glucocorticoides (RGs) en todo el cuerpo, aunque principalmente en el hipocampo por ser la región del cerebro con la mayor concentración de los mismos, creando un circuito de retroalimentación negativa que inhibe el eje HPA y posteriormente disminuye la respuesta neuroendocrina del cuerpo al estrés (Liu & Nusslock, 2018). El gen NR3C1 cuando es leído, es el que produce los RGs.

Sin embargo, los adultos con trastornos del estado de ánimo, como depresión o ansiedad, a menudo hipersecretan cortisol y mantienen elevaciones prolongadas del mismo. Y lo que agrava esta situación, es que cada vez hay más pruebas que indican que el número de RGs disminuye en personas con antecedentes de estrés en los primeros años de vida (Conradt et al., 2013; McGowan et al., 2009; Oberlander et al., 2008). Bebés, cuyas madres tenían depresión y/o ansiedad durante el embarazo, tenían niveles más altos de cortisol y síntomas depresivos, incluyendo irritabilidad y neurocomportamiento neonatal alterado en comparación con los bebés de madres sanas (Conradt et al., 2013). Añadido a ello, los bebés de las que, además de este estado de ánimo, también tenían una mayor metilación del gen NR3C1 placentario, tuvieron una peor autorregulación, más hipotonía (debilidad muscular) y más letargo, que los bebés cuyas madres tenían un estado de ánimo sano. Incluso se ha visto una correlación positiva del grado de depresión materna durante el tercer mes de embarazo y el estado de metilación de NR3C1 en células sanguíneas del cordón umbilical, cuyos neonatos con esta hipermetilación, a los tres meses de nacer, también tenían los niveles de cortisol salivar elevados, indicando que los patrones de metilación inhiben la funcionalidad del eje HPA a una edad muy temprana (Liu & Nusslock, 2018; Oberlander et al., 2008).  

El gen NR3C1 desempeña un papel fundamental en la mediación de la respuesta al estrés, y cuando no se expresa, y disminuye la expresión de RGs, se asocia tanto con la adversidad como con otras alteraciones biológicas en la vida temprana. Estudios de este tipo proporcionan evidencia de que el ambiente fetal tiene una fuerte influencia al alterar la programación del cerebro en desarrollo, incluido el sistema neuroendocrino infantil (Conradt et al., 2013).

El Desarrollo Temprano del Sistema Nervioso

Durante el desarrollo temprano, se forman redes neuronales y se programan vías de comportamiento (neuroplasticidad) que las hacen vulnerables a las influencias ambientales. Aunque todos los mecanismos moleculares subyacentes a estas relaciones no están claros, sí que hay estudios que van aportando claridad a elementos involucrados.

Este período se caracteriza por una interacción de varios procesos neurobiológicos (Malave et al., 2022), como:

  • Equilibrio en la excitación e inhibición neuronal.
  • Sinaptogénesis y poda sináptica. En las primeras fases del desarrollo, se produce una excesiva formación de sinapsis (conexión entre neuronas), alrededor los 2-4 años y en la adolescencia de 10-25 años aproximadamente, creando una ventana inicial de elevada plasticidad que habilita al cerebro para responder y adaptarse al entorno. Posteriormente, la poda sináptica perfecciona las conexiones neuronales, moldeando el desarrollo de circuitos complejos, al fortalecer las sinapsis altamente activas y eliminar aquellas más débiles y menos activas. De hecho, uno de los procesos que ocurre en la adolescencia es este: profundos cambios neurobiológicos. Se produce un cambio en los circuitos neuronales, que también puede afectar al comportamiento en estas edades tan complejas, donde muchos de estos adolescentes no saben ni siquiera qué les está ocurriendo en su interior, así como tampoco en muchas ocasiones, los que les rodean.
  • Mielinización. En los seres humanos, la mielinización de los axones neuronales comienza en la infancia y continúa hasta la edad adulta temprana para facilitar la conductancia de los iones, mediante corrientes eléctricas, durante la formación del circuito neuronal.
  • Efectos de la serotonina durante el desarrollo. Su desarrollo principal se da prenatalmente, comenzando a las 5 semanas de gestación en humanos.
  • Capacidad de respuesta del eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal (HPA) durante el desarrollo. Si bien el eje HPA responde con fuerza a estímulos estresantes en la edad adulta, su capacidad de respuesta se atenúa temprano en la vida durante un período de hipo-respuesta al estrés hasta los 2 años. Posiblemente tenga un propósito neuroprotector sobre la supervivencia celular, la neurogénesis y la formación de sinapsis durante períodos sensibles del desarrollo temprano; sin embargo, la exposición a experiencias tempranas adversas, puede «romper» ese período, provocando cambios persistentes en el desarrollo y la función del eje HPA.
  • Neurogénesis. Las neuronas recién generadas pasan por un período de mayor excitabilidad dentro de las primeras 4-6 semanas de su desarrollo celular, permitiendo que puedan hacer sinapsis con otras neuronas más fácilmente. Por ello, durante este tiempo prenatal y posnatal temprano, es un período sensible en diferentes regiones del cerebro, y las experiencias tempranas de la vida pueden tener una mayor influencia en el desarrollo del cerebro a largo plazo, que las experiencias en la edad adulta, ya que la tasa de neurogénesis disminuye drásticamente después de la pubertad.

La Adversidad en la Infancia

Hasta la actualidad se ha investigado mucho sobre la adversidad en la infancia y vida temprana (pre y postnatal), y cómo influyen estas experiencias en la edad adulta. Llamaremos “parental” ya que de forma general han sido los padres/madres los encargados y responsables de los hijos, pero no siempre es el caso y se tienen en cuenta cualquier tipo de persona encargada de ellos, como “cuidador/a”.

La adversidad en la infancia se refiere a la exposición a experiencias negativas durante las primeras etapas de la vida y que incluye experiencias infantiles adversas de diferente gravedad, como guerras, enfrentamiento a desastres naturales, sufrir abuso físico o sexual, desnutrición, así como también presencia de psicopatología en los padres o cuidadores, incluyendo comportamientos parentales adversos como maltrato, negligencia, relaciones distantes entre padres e hijos, y cuidado parental impredecible o desorganizado. Cuando estas experiencias ocurren, pueden tener impactos significativos y duraderos en el cerebro, ya que, como hemos visto, afectan a la conformación de conexiones neuronales cruciales en estos periodos sensibles del desarrollo. Los estudios epidemiológicos indican que, como resultado de la sensibilización persistente de los circuitos del sistema nervioso central como consecuencia del estrés en los primeros años de vida, aumenta el riesgo de psicopatología en la infancia y posteriormente en la edad adulta, incluyendo deterioros cognitivos, menor resiliencia ante factores estresantes futuros, trastornos de conducta, trastornos por uso de sustancias, trastornos de depresión y ansiedad, y mayor riesgo de suicidio, entre otros (Heim & Nemeroff, 2001; Malave et al., 2022).

Sin embargo, la adversidad en la infancia no sólo altera los sistemas neurobiológicos, resultando en un mayor riesgo de trastornos mentales, sino que también tiene una clara asociación con inflamación crónica, síndromes de dolor, y enfermedades cardiovasculares, gastrointestinales, neurológicas, musculoesqueléticas, pulmonares y metabólicas, pudiendo tener un efecto duradero en los sistemas de los órganos implicados (Agorastos et al., 2018).

Aislar a monos infantiles, da lugar a monos adultos aislados. Se aisló un grupo de monos cuando eran bebés, mientras que otro grupo control hizo su vida normal relacionándose con otros de su especie. Todos los monos aislados de bebés, como adultos, eran socialmente inadaptados y pasaban la mayor parte del tiempo solos o peleando con otros monos. Y concretamente, las hembras aisladas cuando eran bebés se convirtieron en cuidadoras apáticas, brutales y rechazadoras de sus crías. Estos resultados conductuales y la persistencia de los efectos hasta la edad adulta proporcionan cierta explicación de los efectos intergeneracionales de la privación materna. Los bebés aislados se convierten en proveedores inadecuados cuando son adultos, y así sucesivamente (Dumas, 2022).

En la misma línea, en otra entrada de este blog con título “El cuerpo humano responde bioquímicamente a intenciones y sentimientos de amor. Coherencia cardíaca”, se describe cómo bebés prematuros que están en incubadoras y que no eran acariciados y no tenían conexión emocional con otros seres humanos, teniendo una misma nutrición que los que sí eran atendidos con amor, resultaban tener un aumento de peso muy inferior al grupo control (un 47% menos).

Es esencial promover las interacciones tanto físicas como emocionales entre los niños y sus cuidadores durante las etapas iniciales del crecimiento posnatal. Estas interacciones vemos que juegan un papel fundamental en los procesos de desarrollo cerebral temprano y maduración.

El Ambiente provoca cambios en la Descendencia

Concretamente sabemos que la adversidad en la vida temprana se asocia tanto con alteraciones persistentes en el eje HPA como con otros problemas de salud mental. Los niveles extremos de estrés y su efecto en la regulación negativa de los RGs a través de mecanismos epigenéticos tienen implicaciones a largo plazo y potencialmente devastadoras para los mecanismos reguladores del estrés del cuerpo. Como veíamos, esta regulación negativa puede tener inicialmente una función compensatoria en respuesta a un estrés agudo y crónico. Sin embargo, con el tiempo, la disminución de la expresión de RGs exageraría dicha respuesta.

Podemos ver la implicación del gen NR3C1 en la respuesta al estrés, en el siguiente gráfico (Fig. 1).

Figura 1. El entorno de la vida temprana moldea epigenéticamente la respuesta al estrés en etapas posteriores de la vida tanto en ratas como en humanos (Gräff et al., 2011). El esquema es originalmente en inglés.

La parte de la izquierda del diagrama muestra una situación donde no hay cuidado materno o hay aislamiento en ratas, y cuando en humanos hay abuso por parte de los padres/cuidadores. En este caso, el estrés mantenido y desproporcional produce la disminución de la expresión del gen NR3C1 por metilación, y estas ratas tendían a criar a sus crías de la misma manera que ellas mismas fueron criadas, como en el estudio con los monos.  Otros estudios también muestran que, en el hipocampo de víctimas de suicidio con antecedentes de abuso infantil, igualmente disminuye la expresión del gen NR3C1 por metilación, en comparación con los controles (víctimas de muerte súbita accidental sin antecedentes de abuso). Por el contrario, no hay diferencias en la expresión del gen entre las víctimas de suicidio sin antecedentes de abuso infantil y los controles. Estos datos aportan información sobre los elementos implicados, aunque no excluyen mecanismos alternativos de vulnerabilidad (McGowan et al., 2009).

La situación contraria, en la derecha del esquema, donde se da un alto cuidado materno en ratas, indicado por una alta tasa de lamido, aseo y lactancia, y en humanos la ausencia de abuso parental, hay una elevada expresión del gen de RGs en el hipocampo, que persiste en la edad adulta al observar comportamientos conductuales normales en las ratas. Este estudio se hizo en humanos postmorten, por lo que no se pudo estudiar las consecuencias conductuales. Sin embargo, estos hallazgos y los descritos anteriormente, sugieren un efecto común del cuidado de los padres sobre la regulación epigenética de la expresión de este gen en el hipocampo.

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Los trastornos del estado de ánimo materno se asocian con una disminución de la sensibilidad materna y un deterioro en las interacciones entre madre e hijo, así como con un mayor riesgo de depresión en la descendencia. En un grupo de 151 madres con trastorno depresivo mayor, un tercio de los hijos (de 7 a 17 años) presentaban alteraciones del estado de ánimo al inicio del estudio. Tras un año de que ellas iniciaran el tratamiento correspondiente, hubo una disminución estadisticamente significativa en los síntomas psiquiátricos, en los problemas de conducta y en el funcionamiento global de los hijos de mujeres que remitieron tanto temprano (dentro de los primeros 3 meses después del inicio), como tarde (durante el año intervalo de seguimiento), pero no en la descendencia de mujeres que no remitieron, en los que incluso estos síntomas aumentaron. Además, la disminución de síntomas se asociaba también al grado de disminución de la depresión materna (Pilowsky et al., 2008; Wickramaratne et al., 2011).

En estos casos, es el comportamiento del cuidador y no el perfil genético, lo que ocasiona ciertas características en la descendencia. En otras palabras, estos efectos se transmiten intergeneracionalmente, no a través del genoma sino a través del comportamiento. Varias veces he escuchado a personas decir, que son depresivas porque parte de sus padres y abuelos lo eran. Decían que era genético y hereditario. Basándonos en los estudios publicados, hereditario podría ser, pero no tanto a través de la estructura del genoma, sino a través del epigenoma que media con el ambiente, y que afortunadamente es reversible en muchas de sus modificaciones.

El desarrollo saludable de la personalidad se ve interrumpido por este tipo de experiencias vitales desfavorables, con efectos epigenéticos y de neuroplasticidad nocivos, que se manifiestan en quejas, síntomas, comportamientos, problemas relacionales y desadaptación disfuncional (Lawson, 2023). Estos efectos dependen del instante, la modalidad y la cantidad de experiencias adversas, pero también de factores de riesgo genéticos, el sexo, la nutrición y el apoyo social del individuo, que pueden adaptar la vulnerabilidad al desarrollo de psicopatología (Agorastos et al., 2018) (Fig. 2).

Fig. 2. Modelo esquemático de los aspectos neuroendocrinos del desarrollo de la desregulación prolongada del sistema de estrés, después de una exposición adversa en los primeros años de vida (Agorastos et al., 2018). Esquema originalmente en inglés.

Comprender cómo estas experiencias alteran la compleja interacción entre los sistemas neuroendocrino, serotoninérgico y los circuitos neuronales de regulación de las emociones, el miedo y la cognición, es un gran reto para la neurociencia y la psiquiatría moderna, ya que tendrán que tener en cuenta la regulación molecular de estos sistemas.

Neuroplasticidad y cambio Comportamental

Las modificaciones epigenéticas pueden ocurrir de forma rápida y perdurar, con consecuencias de deterioro o de bienestar físico y mental. En cuanto al cerebro y su plasticidad, las experiencias de la vida, y especialmente las que se experimentan repetidamente (como el aprendizaje de un instrumento musical o de cualquier otra habilidad), provocan disparos neuronales repetidos en neuronas asociadas, que promueven un crecimiento dendrítico y una mejor conexión con las neuronas adyacentes, dando lugar a la formación de redes funcionales. Este tipo de neuroplasticidad se llama dependiente de la actividad, donde se da un fortalecimiento persistente de las sinapsis que producen un aumento duradero en la transmisión de señales entre dos neuronas. Es el tipo más estudiado y el que, en los mamíferos, está más estrechamente relacionado con el almacenamiento de la memoria y el aprendizaje. Constituye la base celular para la adaptación al entorno y la manifestación de la personalidad, el talento o las habilidades del individuo o, por el contrario, una adaptabilidad deficiente o habilidades poco desarrolladas pero necesarias para la vida. Hay otros dos tipos más de neuroplasticidad. Una es la inducida por lesión, donde hay alteración del equilibrio de la actividad cerebral debido a un trauma y durante el proceso de recuperación, y otra la que se produce durante el desarrollo, como hemos visto, donde las células cerebrales inmaduras son moldeadas por experiencias tempranas de la vida.

De esta manera, tanto la epigenética como la asombrosa capacidad del cerebro para adaptarse a las experiencias, pueden utilizarse para conseguir propósitos físicos y mentales que nos propongamos. El entrenamiento y la intervención pueden utilizarse como interruptores en los genes. Por ejemplo, algunos de ellos:

Psicoterapia. Todavía hay muchos prejuicios, y muchas personas siguen pensando que este tipo de acompañamiento es sinónimo de “estar loco”, de “debilidad”, de “eso es para casos graves…”, etc. Y sienten vergüenza sólo en pensar ir a terapia. Sin embargo, cuando tenemos una lesión física, por pequeña que sea, no nos avergüenza ir al fisioterapeuta, y si ya hay rotura, al traumatólogo. Con la mente ocurre lo mismo. No hay que esperar a que la situación sea grave. Una pequeña bajada emocional puede ser revertida más fácilmente que si se cronifica y llega a ser una depresión más profunda. Además, hay evidencia científica de que la psicoterapia produce cambios cerebrales estructurales que pueden medirse, con la correspondiente reducción de los síntomas. Hay una relación entre la psicoterapia, la neuroplasticidad y resultados beneficiosos. La psicoterapia de forma general, y la terapia interfamiliar de forma concreta, donde las personas perjudicadas por vivir bajo estrés en culturas parentales y familiares inmaduras, a menudo incluso por varias generaciones, pueden entender, sanar e integrar otras referencias de los componentes familiares. También mediante la resocialización con otras personas que le aporten nuevos vínculos, incluso charlar y compartir con amigos es terapéutico y sanador. En todas estas formas, se está produciendo neuroplasticidad cerebral y por lo tanto cambio conductual (Buchheim et al., 2012; de Lange et al., 2008; Levy-Gigi et al., 2013; Mason et al., 2017).  

Mindfulness y meditación. En la entrada de este blog con título “Meditación, ¿un estado natural que hemos olvidado…?”, que publiqué en 2016, se habla de los estudios que había sobre “meditación” en reconocidas revistas internacionales en ese año (4.021), siendo ahora de 9.935 artículos. La investigación en este campo va avanzando mucho y cada vez son más las pruebas de sus frutos. Hay evidencia experimental de sus efectos beneficiosos sobre variables psicológicas, neurológicas, endocrinas e inmunes tras su práctica. Promueve la neuroplasticidad en áreas del cerebro importantes para la gestión de las emociones, el autocontrol, el juicio y el procesamiento racional de la información interna y externa, así como también la expresión genética cambia en pro del bienestar al practicar la meditación (Hölzel et al., 2010; Kaliman et al., 2014).

Ejercicio físico. El ejercicio físico aumenta la función cerebral a lo largo de la vida y retrasa el deterioro cognitivo relacionado con la edad. También puede prevenir o retrasar la aparición de diversos trastornos mentales como la ansiedad, la depresión y el trastorno de estrés postraumático. Hay evidencias tanto en humanos como en animales sobre la neuroplasticidad inducida por el ejercicio, produciendo cambios estructurales y funcionales en el cerebro, donde el aumento del volumen y la actividad regional cerebral refleja un aumento en el número de neuronas, sinapsis y árboles axonales y dendríticos, que son visibles también a nivel microscópico (Asmundson et al., 2013; Erickson et al., 2011; Hillman et al., 2008; Smith et al., 2010).

Sueño de calidad. El insomnio es una enfermedad debilitante y generalizada. Ya en el 1995 preocupaba los efectos secundarios de los fármacos, lo que ha llevado al desarrollo de varios tratamientos psicológicos para el insomnio, que producen una mejora considerable tanto de los patrones de sueño como de la experiencia subjetiva del mismo (Murtagh & Greenwood, 1995). La falta de sueño se ha relacionado con el desarrollo de una serie de enfermedades y afecciones crónicas, como la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares, la obesidad y la depresión. (https://www.cdc.gov/sleep/index.html). Existe un consenso general de que el sueño está íntimamente ligado a la memoria, al aprendizaje y, en general, a los mecanismos de la neuroplasticidad. La pérdida de sueño se asocia con efectos perjudiciales sobre los procesos plasticidad a nivel molecular y electrofisiológico (Gorgoni et al., 2013). Es evidente que encontrar formas de tratar el insomnio tiene implicaciones importantes para la salud y el bienestar.

Es claro que un amplio espectro de variables afecta nuestro estado de salud en un día determinado. Algunos cambios simples a lo largo del camino pueden significar la diferencia entre el envejecimiento prematuro y la enfermedad, o entre una buena salud y una larga vida.

Conclusiones

Como ideas importantes que se derivan de todo ello, es que, tras experiencias infantiles adversas, parentalidad extrema y otros factores estresantes, que no están determinados genéticamente, podemos producir cambios gracias a la epigenética y a la neuroplasticidad. Las propuestas anteriores y otras más, pueden desactivar estados fenotípicos desadaptativos a través de cambios cerebrales, con la consiguiente transformación de personalidad, comportamiento y maduración psicológica. Se adquiere capacidad de autorregulación autónoma y se aprenden habilidades de afrontamiento efectivas, respaldadas por nuevas conexiones neuronales adaptativas (Lawson, 2023).

Es decir, el cambio es posible si uno persiste y es tenaz en elegir su estilo de vida, pensamientos, contextos sociales y otras experiencias, durante el tiempo necesario para que las nuevas redes neuronales creadas, como si de nuevas carretas se tratara, sean consolidadas, y que las antiguas vayan debilitándose hasta desaparecer.

Nos hemos centrado principalmente en las etapas tempranas del desarrollo y en futuros posts podremos desarrollar como de adultos, la interacción de nuestro cerebro con las relaciones interpersonales es capaz de modelarnos.

Referencias

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Buchheim, A., et al. (2012). «Changes in prefrontal-limbic function in major depression after 15 months of long-term psychotherapy.» PLoS One 7(3): e33745.

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